Durante las primeras décadas, los Kibbutzim fueron interesantes experiencias socialistas en las que la propiedad era colectiva, la democracia era asamblearia y directa, los cargos eran rotativos y los sueldos igualitarios. Sin embargo, es una experiencia algo olvidada por la izquierda y por la Historia.
Los libros de texto de historia solo nos muestran los fracasados proyectos anticapitalistas del siglo XX que acabaron en degenerados estados totalitarios, haciendo hincapié en sus barbaries y pasando por alto lo poco positivo que trajeron. Sin embargo, de los Kibbutzim nada vemos, nada escuchamos.
Durante la década de los 60, estas comunas agrícolas atrayeron a miles de parejas jóvenes que preferían un pequeño mundo en el que la solidaridad y la propiedad colectiva fueran lo esencial. Es también interesante recordar que, en estas comunas, los divorcios eran mínimos, a lo contrario que en el mundo occidental, al que las crisis económicas, el estrés de la vida en ciudad y la desigualdad en los trabajos domésticos son en muchas ocasiones orígen de incansables peleas familiares y de pareja.
El Capitalismo lleva en crisis estructural muchos años. Es un sistema obsoleto que nunca ha proporcionado bienestar a la mayoría, y cuando ha ofrecido un incremento del nivel de vida de la clase obrera blanca, siempre ha sido a costa del trabajo de otra clase obrera.
Capitalismo e igualdad son incompatibles por naturaleza, al igual que capitalismo y solidaridad. Es entonces cuando debemos preguntarnos qué preferimos, si una sociedad social, solidaria, colectiva, que atienda a la necesidad común, o una sociedad egoísta, asquerosamente consumista y en la que el beneficio individual y privado sea lo prioritario.
Casa de un Kibbutz |
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