Blablacar nació ante la
necesidad de que conductores y viajeros precarios minimizaran gastos:
los primeros, de la gasolina, y los segundos, que tuvieran una opción
más allá del monopolio del bus y el tren que marca unos precios
que, para determinados trayectos, son inadmisibles.
Blablacar se presenta, por tanto, como
una plataforma en la que viajeros y conductores se ponen de
acuerdo para viajar juntos y ahorrar dinero. Evidentemente
esto no es una práctica nueva, solo que a partir de ese momento, se
facilita el contacto entre personas que no se conocían previamente
mediante una red social.
Con blablacar todos empezamos a ser
felices, viajamos de Granada a Madrid por 15€, nos
ahorramos tres euros y además, vamos mucho más comodos que en el
bus, y para colmo tardamos una hora menos. Y así ocurre con casi
todos los trayectos: blablacar es, al fín al cabo, más
barato, mucho más cómodo, y más rápido.
Sin embargo, pronto surgen los
sinvergüenzas, los cara dura, aquellos individuos que se
aprovechan de las cualidades de blablacar frente al autobús, para
empezar a hacer una práctica deleznable: ofertar cuatro
plazas para viajes largos. Es en estos casos cuando el
conductor ya empieza a ganar dinero, a convertir esta práctica que
nació como fruto de los escasos recursos que tienen los jóvenes, y
los no tan jóvenes, en un negocio. Se pasa de considerar que tú,
como conductor, vas a pagar solo una pequeña parte de la gasolina, a
ahorrársela por completo y, además, a ganarte diez o quince euros
extra.
Lo más criticable de este simbólico
hecho no es que el conductor gane diez euros con ese viaje,
sino que tenga a tres personas en los asientos de atrás
hacinadas, apretujadas, incómodas, durante un viaje de 300
o 400 km, para que el solidario conductor, que comparte su
coche por un módico precio, se gane unas perrillas de más.
Pues temo decirle que usted, señor
conductor, junto a la comisión impuesta por blablacar y el
pago online, eres parte de lo que se está cargando este gran
y necesario medio de solidaridad y autogestión entre los que menos
tenemos. Sois, por tanto, parte del problema. Sois tan despreciables
como los precios inasumibles de Renfe, o como los malas conexiones
entre ciudades periféricas en autobús. Sois rácanos, miserables,
no hay nada por lo que os podáis escapar; esa actitud tiene un
nombre, y vosotros por lo tanto, un adjetivo mucho peor.
¡Vayanse, conductores rácanos!
¡Vayanse!
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