Sin
embargo, sufría impulsos en los que pensaba y planeaba cómo robar,
dónde esconderlo, qué hacer si me pillaran. Pero no, no tuve
ovarios de hacerlo.
Desde
pequeño fui criado bajo unas normas éticas de convivencia. Siempre
fui un chico medianamente soportable por mis padres: responsable,
callado y nada problemático. Por lo tanto, la idea de robar me era
una idea totalmente descabellada. Algo que podía ir a peor, a algo
horrible, repugnante, qué solo hacen los drogadictos y las putas.
Sin
embargo, si hoy estuviera en esa situación no lo pensaría dos
veces. No dudaría en pecar, delinquir, hurtar.
Estamos
educados desde pequeños en pagar la hipoteca, la luz (cuyo precio
sube exponencialmente, ahogando al consumidor), la factura del
teléfono (cuyas compañías nos estafan con la basura del contrato
de permanencia), los impuestos (que nos exige un Estado que prefiere
cubrir antes las necesidades de los mercados que las de los
ciudadanos)... Pero esta moral va a tocar su fin, porque de forma
inevitable va a llegar la hora de la Desobediencia Civil, del robo
masivo a supermercados, a farmacias (en cuanto comiencen a
encarecerse los medicamentos)... Va a llegar la hora de la rebeldía.
De la Revolución.
El
pueblo reacciona, se levanta, se rebela, y se arma contra el Estado
opresor ante una situación de extrema necesidad. Por entonces, yo no
formaba parte de esa extrema necesidad, pero sí estuve cerca de
ella. Vi un frigorífico vacío que parecía no llenarse nunca. Veía
como el escaso dinero que entraba en casa iba encaminado a pagar la
hipoteca y a los sinvergüenzas de Endesa. Ante mi indignación, mis
padres respondían mediante suspiros: “hijo, pagar es lo primero.
Luego tiramos como sea”. Pero no es así. No podemos resignarnos y
entregarnos pasivamente a continuar el ciclo de este corrupto sistema
como si nada estuviera ocurriendo. Porque está pasando algo muy
gordo. No se trata de ninguna tontería. Es una estafa. Una puta
estafa, donde las desigualdades económicas se están polarizando
agresivamente. Donde los ricos son más ricos, y los pobres, somos
más pobres.
Ahora
no lo dudaría. Siendo la misma persona responsable, callada y nada
problemática, consideraría el hurto como el acto más digno del que
un necesitado y futuro precario puede valerse como forma de rebeldía
ante un sistema que no le escucha, que le ignora, que pisotea los
derechos laborales y económicos adquiridos durante siglos de lucha
por parte de la clase obrera. No lo dudaría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario