En los últimos años hemos visto cómo
la situación de los homosexuales ha ido cambiando de forma
exponencial, a mejor. Éstos han pasado de ser penados bajo la Ley
de Vagos y Maleantes durante una repugnante dictadura, a poder
casarse y formar una familia. Por lo tanto, en lo que respecta al
campo legal, podemos afirmar rotundamente que la situación de todas
las maricas, bolleras, trans, desviadas, o en una simple palabra,
transmaribollera o queer,
ha mejorado considerablemente.
Socialmente, la
situación de los homosexuales también ha mejorado. Aún así,
podemos ver en boca de muchas personas los típicos comentarios de
“yo no soy homófobo, pero...” “si yo tengo muchos amigos
mari...gays, pero es que...”, que sin duda alguna, esconden una
actitud tan homófoba como la representada y promovida abiertamente
por la Conferencia Episcopal.
También resulta
repugnante ver cómo hay hombres a los que la homosexualidad
“femenina” no les molesta en absoluto, pero sí la “masculina”.
Esa preferencia esconde una actitud machista de entender a la mujer
como un mero objeto sexual. Para esa mentalidad, la homosexualidad
“femenina” es algo respetable porque pensar en ello le provoca
una reacción en forma de erección. Sin embargo, al estar la
homosexualidad “masculina” fuera de su campo de excitación, la
detestan fuertemente bajo argumentaciones católico-arcaicas.
Hemos pasado de ver
como válido únicamente una opción sexual, la heterosexualidad, a
respetar medianamente la homosexualidad. Hemos pasado de ver familias
numerosas que vivían bajo el yugo del patriarca y eran alimentadas
bajo el esfuerzo de una madre que hacía de esclava doméstica al
servicio del patriarcado, a contemplar diversos tipos de familias.
Sin embargo, hay
una orientación sexual que está siendo objeto de crítica continua,
incluso por los homosexuales, que es la bisexualidad.
La crítica más
común que cincuentones, marujas, señoras católicas de bien, y
maricas treintañeros aspirantes a formar una familia le hacen a los
bisexuales es la de considerarlos unos viciosos. Pero antes de entrar
en debate con ese tipo de personas, lo primero que se me ocurre
preguntarles es lo siguiente: “y si son unos viciosos, ¿qué coño
te importa? ¿en qué te influye? ¿qué más te da?”.
Paco Vidarte |
El
problema que la bisexualidad supone es simplemente la de salirse de
la norma. Antes, la norma obligaba que el hombre estuviera feliz con
su mujer y tuvieran muchos hijos. Ahora, la norma puede aceptar que
un tío esté con otro tío o que una tía esté con otra tía.
Aunque no le hace mucha gracia a nuestra sociedad heredera de
cuarenta años de cínico nacional-catolicismo, ésta intenta
respetarlo. Pero que una persona esté de flor en flor,
probando diversidad de órganos sexuales y saboreando cantidad de
cuerpos supone, para esta sociedad judeocristiana y heteropatriarcal,
una barbarie, algo a extirpar. Y ya por no hablar de la poligamia, de
prácticas sexuales como el sadomaso, de los transgéneros y de los
pansexuales. Todos ellos son lo que el conjunto de familias
tradicionales y maricas aspirantes a ser una familia ejemplar
detestan, desean aniquilar. Pero
las maricas están (estamos) muy equivocadas. Ya dijo el filósofo y
activista queer Paco Vidarte que la lucha de los homosexuales no
podía acabar en conseguir el matrimonio. Y parece que está acabando
ahí, y nos estamos olvidando de lo esencial. De la violencia
primigenia, que no es otra que la propia existencia del género, del
binarismo sexual, de la reducción de toda la realidad a dos binomios
imperecederos e inmutables, la imposición de las orientaciones
sexuales como formas de vida que, una vez aceptadas y asumidas, te
acompañarán toda la vida... De la violencia heteropatriarcal. De la
violencia primigenia.
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