Escribo sobre el ordenador, porque así mis lágrimas no se las traga el papel.
La soledad de la exiliada económica, es doblemente soledad. Soledad de falta de relaciones, de falta de raíces, soledad de ausencia física de seres queridxs; por otro lado, soledad de incomprensión, de imposiblidad de tender redes fuertes. De que nadie puede entender tu dolor, tu ira, tu inadaptabilidad. Lxs de allá lo pueden intuir, lxs de acá ni lo pueden ver, ni imaginar, ni considerar.
Eres tú sola, chica, tú sola con tu malestar y tu desgarro. Con tus maletas y tu cama – que ni siquiera es tuya- por el suelo -de un cuarto prestado - tus recuerdos desechos y tu enfermedad, la crónica y la pasajera. El exilio y la amigdalitis.
Tú sola y este eco, este eco de tu llanto que tratas de calmar escribiendo, como si fuera un abrazo dibujándose sobre ti.
Un abrazo que nadie de tus susodichxs amigxs de Francia te ha dado o te va a dar. Porque aquí, cada cual tiene su pequeña vida, suya y de nadie más. Aquí que cada palo aguante su vela.
Y llamas a tu madre, y llamas a casa. Y te lo coje tu abuela, y ojalá que no piense que estás llorando o que estás triste, que piense que tu voz rara es fruto de las anginas. Pero ella lo sabe bien, y te dice que pronto vas a estar de vuelta. Que la navidad está a la vuelta de la esquina. Y lo que debería consolarte, lo que buscabas como último recurso de abrazo envolente, su voz y las palabras que te traen te hacen deshacerte más.
Yo lo que quiero es el retorno definitivo
Yo lo que quiero quemar esta ciudad deshumanizante, es gritarle a la gente la miseria emocional en la que malviven y a la que nos someten a lxs migrantes de los sures. Y ahora sí que sí, y es lo que llevo estos dos años diciéndome, prefiero la miseria material a la que nos condenan en mi país que esto, que esta desolación de muerte total de lo común, del cuidado y del apoyo mutuo real. Es la reducción de las relaciones humanas a una inversión de tiempo interesada, calculada, estratégica. Y cuando estás enferma, y no tienes casa, y estás hasta el coño de trabajar, te llenaría de amor que al menos una persona de las que estimas pasase un puñetero sábado por la noche contigo. Aunque no te quede voz y tengas cefáleas. Que te coja la mano y os miréis una peli.
No, no es pánico a estar sola, como lo traducen lxs francesitxs. Es pánico al régimen individualista obligatorio, forzado. Es el cúmulo de muchas noches de precariedad vivida aisladamente, de ausencia de solidaridad en la vida cotidiana, de espacios festivo-políticos, de lugares liberados de la lógica mercantilista, de relaciones genuinas con gente alegre, rebelde, sociable. Es vivir en la carne la violencia de baja intensidad de un capitalismo feroz que se expresa hasta en las relaciones sociales. Un día, y otro y otro. Es pasarse el día del metro a la facultad, de la facultad al metro, del metro al curro, del curro al metro, del metro a casa (si es que tienes). Rodeada de desconocidxs de caras largas mirando por encima del hombro. Amargados de una existencia en una ciudad que ni tratan de cambiar.
En mi tierra, al menos, la noche era nuestra y la gente se miraba a los ojos, se reconocían, incluso (increíble pero cierto ), se hablaban, se sostenían.
Cuando estamos más vulnerables, más sucumbimos a la tentativa de huir, de coger la vía rápida. Más ganas tenemos de mandar al carajo todo. De coger las cuatro bolsas y volverse a la tierra de una, aunque sea haciendo auto-stop. De mandar a la mierda la carrera a medio acabar, el currito, las amantes líquidas, los eternos posibles, la búsqueda eterna de un techo y de un tiempo propio, de un proyecto colectivo empoderante, de un espacio libre de machirulos con los que no tenga que acabar a hostias. Y allá, en Hispañistán, claro que también es la guerra sistémica. Pero la guerra no la emprendes entre lxs tuyxs ni en tus relaciones interpersonales como norma reguladora. Para eso ya está la gran política, el Estado, los agresores, la pasma. Aquí incluso entre bolleras radicalas anticapitalistas se condenan al ostracismo, se humillan, se lanzan acusaciones, entran en una dinámica de competencia que raya el absurdo. La vida te la hacen imposible hasta tus "aliadas". Y qué te queda entonces ¿ qué te queda? ¿soñar el regreso mientras vives en una pesadilla.? Nunca había deseado tanto volver a un futuro incierto...pero tan lleno de vida, de respuesta colectiva, de sostenimiento mutuo ¿Qué beca, qué subsidio irrisorio de la République, que trabajo a 9 pavos la hora vale todo eso y lo que no evoco?
Lucía Franca
La soledad de la exiliada económica, es doblemente soledad. Soledad de falta de relaciones, de falta de raíces, soledad de ausencia física de seres queridxs; por otro lado, soledad de incomprensión, de imposiblidad de tender redes fuertes. De que nadie puede entender tu dolor, tu ira, tu inadaptabilidad. Lxs de allá lo pueden intuir, lxs de acá ni lo pueden ver, ni imaginar, ni considerar.
Eres tú sola, chica, tú sola con tu malestar y tu desgarro. Con tus maletas y tu cama – que ni siquiera es tuya- por el suelo -de un cuarto prestado - tus recuerdos desechos y tu enfermedad, la crónica y la pasajera. El exilio y la amigdalitis.
Tú sola y este eco, este eco de tu llanto que tratas de calmar escribiendo, como si fuera un abrazo dibujándose sobre ti.
Un abrazo que nadie de tus susodichxs amigxs de Francia te ha dado o te va a dar. Porque aquí, cada cual tiene su pequeña vida, suya y de nadie más. Aquí que cada palo aguante su vela.
Y llamas a tu madre, y llamas a casa. Y te lo coje tu abuela, y ojalá que no piense que estás llorando o que estás triste, que piense que tu voz rara es fruto de las anginas. Pero ella lo sabe bien, y te dice que pronto vas a estar de vuelta. Que la navidad está a la vuelta de la esquina. Y lo que debería consolarte, lo que buscabas como último recurso de abrazo envolente, su voz y las palabras que te traen te hacen deshacerte más.
Yo lo que quiero es el retorno definitivo
Yo lo que quiero quemar esta ciudad deshumanizante, es gritarle a la gente la miseria emocional en la que malviven y a la que nos someten a lxs migrantes de los sures. Y ahora sí que sí, y es lo que llevo estos dos años diciéndome, prefiero la miseria material a la que nos condenan en mi país que esto, que esta desolación de muerte total de lo común, del cuidado y del apoyo mutuo real. Es la reducción de las relaciones humanas a una inversión de tiempo interesada, calculada, estratégica. Y cuando estás enferma, y no tienes casa, y estás hasta el coño de trabajar, te llenaría de amor que al menos una persona de las que estimas pasase un puñetero sábado por la noche contigo. Aunque no te quede voz y tengas cefáleas. Que te coja la mano y os miréis una peli.
No, no es pánico a estar sola, como lo traducen lxs francesitxs. Es pánico al régimen individualista obligatorio, forzado. Es el cúmulo de muchas noches de precariedad vivida aisladamente, de ausencia de solidaridad en la vida cotidiana, de espacios festivo-políticos, de lugares liberados de la lógica mercantilista, de relaciones genuinas con gente alegre, rebelde, sociable. Es vivir en la carne la violencia de baja intensidad de un capitalismo feroz que se expresa hasta en las relaciones sociales. Un día, y otro y otro. Es pasarse el día del metro a la facultad, de la facultad al metro, del metro al curro, del curro al metro, del metro a casa (si es que tienes). Rodeada de desconocidxs de caras largas mirando por encima del hombro. Amargados de una existencia en una ciudad que ni tratan de cambiar.
En mi tierra, al menos, la noche era nuestra y la gente se miraba a los ojos, se reconocían, incluso (increíble pero cierto ), se hablaban, se sostenían.
Cuando estamos más vulnerables, más sucumbimos a la tentativa de huir, de coger la vía rápida. Más ganas tenemos de mandar al carajo todo. De coger las cuatro bolsas y volverse a la tierra de una, aunque sea haciendo auto-stop. De mandar a la mierda la carrera a medio acabar, el currito, las amantes líquidas, los eternos posibles, la búsqueda eterna de un techo y de un tiempo propio, de un proyecto colectivo empoderante, de un espacio libre de machirulos con los que no tenga que acabar a hostias. Y allá, en Hispañistán, claro que también es la guerra sistémica. Pero la guerra no la emprendes entre lxs tuyxs ni en tus relaciones interpersonales como norma reguladora. Para eso ya está la gran política, el Estado, los agresores, la pasma. Aquí incluso entre bolleras radicalas anticapitalistas se condenan al ostracismo, se humillan, se lanzan acusaciones, entran en una dinámica de competencia que raya el absurdo. La vida te la hacen imposible hasta tus "aliadas". Y qué te queda entonces ¿ qué te queda? ¿soñar el regreso mientras vives en una pesadilla.? Nunca había deseado tanto volver a un futuro incierto...pero tan lleno de vida, de respuesta colectiva, de sostenimiento mutuo ¿Qué beca, qué subsidio irrisorio de la République, que trabajo a 9 pavos la hora vale todo eso y lo que no evoco?
Lucía Franca
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