220 km en Bulgaria son 4h, o más. Las carreteras probablemente no tengan arcén, y en una curva sin visibilidad te puedes cruzar a una familia montada en un carro que un pobre animal arrastra. Cuando pasan esas eternas cuatro horas, llegas a un hotel en el que las cuatro o tres estrellas ya hacen décadas que están oxidadas. Entras, entonces, en un lugar de moqueta y lámparas de araña donde se confunde el lujo con lo ostentosamente hortera.
La habitación te espera con colchas de flores macabras de las que ya solo queda un mero reflejo porque el paso de los años las ha destintado. Te fijas en la pared y te percatas de que un enchufe está descolgado con los cables por fuera. Conectas la televisión, cuyo mando a distancia tiene las pilas sujetas con fiso, y en ella suenan canales rusos.
Al final, llegas a la conclusión de que realmente esto es, simplemente,
uno de los muchos monumentos que dejó el estalinismo: Afición por el
hormigón, por las paredes sombrías, lozetas que en su día fueron blancas
o grises y ahora son negro carbón. Cemento, piedra, robustosidad.
Esto es, al fin al cabo, parte de la herencia estética del estalinismo o el сталински барок.
PD: No pretendo ofender a nadie con estas palabras. Evidentemente Bulgaria no es solo costrosidad, y no pretendo para nada dar solo esa imagen de ella al público. Pero la cutrez estética de gran parte de los edificios, las aceras destrozadas y la pobreza palpable es una realidad que veo necesaria transmitir.
Esto es, al fin al cabo, parte de la herencia estética del estalinismo o el сталински барок.
PD: No pretendo ofender a nadie con estas palabras. Evidentemente Bulgaria no es solo costrosidad, y no pretendo para nada dar solo esa imagen de ella al público. Pero la cutrez estética de gran parte de los edificios, las aceras destrozadas y la pobreza palpable es una realidad que veo necesaria transmitir.
Lotería nacional |
No hay comentarios:
Publicar un comentario